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Autor Mensaje
 Asunto: Prisioneros de Mared en Alcalá-Meco (Danzando en la Jaula)
NotaPublicado: Lun Jul 09, 2012 5:02 pm 
Desconectado

Registrado: Mar Jul 12, 2011 3:58 pm
Mensajes: 10
Relato de la actuación del grupo en la Prisión militar de Alcalá-Meco el 07/07/2012 por Mik Vargas.


Quiero relatar la gran experiencia vivida en el Centro Penitenciario Madrid II de Alcalá-Meco más que nada porque quiero plasmarlo en algún sitio y poder recordarlo con el tiempo. Tras los años se olvidan los detalles y no quiero olvidar algo tan bonito.

Imagen


Los participantes en el evento éramos Marian Chía, Shana Coral, Nuria Rodríguez, Blanca López, Silvia Aparicio, Soraya Tejero, Mari Mar Sánchez, Marisa Llamas, Zareen, Álvaro Ramos y yo, Mik Vargas. Laura, Eva y un chico cuyo nombre no recuerdo son los encantadores trabajadores sociales que nos guiaron tan amablemente durante nuestra estancia allí. María de la Antonia es la culpable de que acabáramos entre rejas y a la que queremos agradecer la oportunidad brindada.

Los que estuvimos hemos tenido la suerte de conocer una cárcel por dentro y a la gente que allí se encuentra. Hemos cambiado completamente la percepción que teníamos desde fuera. Creo que es una experiencia que debería pasar todo el mundo para quitarnos de la cabeza la falsa imagen que todos tenemos de lo que es una prisión. Hemos visto demasiadas películas.
Antes de ir cada uno teníamos nuestra imagen personal de cómo sería todo por dentro. Para que entendáis el desconocimiento que teníamos os diré que incluso alguno se imaginaba a los presos con trajes de rallas.

Los comentarios irónicos y en voz baja que hacíamos entre nosotros a la entrada hacían que nos entrara la risa floja y ayudaban a relajar el nerviosismo que nos hormigueaba por el cuerpo. A la vez que nosotros entró un repartidor de mensajería con un paquete del que comenté susurrando: “mira, traen una lima urgente”. Otro comentario que se oía tras pasar el primer control era “¿A ti te han dado el pase de visitante o de residente?”.

Sé que los presos están encerrados por algún motivo y que seguramente merezcan el castigo por algo que hayan hecho, pero también creo que la gente que está en la calle no conoce lo que se vive allí dentro. Yo no soy el que debe juzgar a nadie para eso están los jueces (aunque cada vez sean menos los que creen en la actual justicia), pero creo que conozco gente fuera de la cárcel peor educados, con peores modales, más sinvergüenzas y muy probablemente con peores delitos cometidos que las personas que conocimos. Personalmente creo que una cárcel es un símbolo que existe simplemente para que los de fuera tengan algo a lo que temer y se porten bien por temor a que les lleven.

No quiero entreteneros con las medidas de seguridad que tienen, todo el proceso que hay que pasar para entrar en el recinto, la policía militar en el todo-terreno que salió a por nosotros en cuanto paramos un momento antes de entrar, la cantidad de puertas que hay que atravesar, los registros, identificaciones, etc.

Tampoco me quiero centrar aunque sí que quiero mencionar, a la gente que trabaja para que los presos puedan hacer más llevadera su carencia de libertad, gente cuya función es colaborar en la educación y la reinserción de los que llegarán al día en que vuelvan a la vida normal. Es admirable la vocación que tienen. Hay que valer para ello pero creo que son de los trabajos mejor agradecidos que puede haber y más gratificantes con los que uno puede sentirse bien consigo mismo. El encierro por si mismo es incapaz de reformar a alguien que haya cometido un delito, no solo no inhibe, sino que acentúa la posibilidad de la reincidencia. Estas personas trabajan para que esto no sea así, sin ellas las cárceles no tendrían sentido. De ninguna manera podrá quitárseles la libertad de sentir, de pensar y de tener ideales y esperanzas.

Tras cerca de una hora de procesos para poder entrar llegamos a la sala situada en el corazón de la prisión. La decoración de lo que allí llaman “salón de actos” es de lo más deprimente que se puede encontrar. Es una sala completamente diáfana a excepción de un pequeño escenario inutilizable por ser tremendamente pequeño en superficie y con una altura excesiva sobre el que se hace imposible bailar por riesgo de “caída libre”, por lo que las bailarinas decidieron actuar a ras del suelo y hacer la actuación más cercana al público. El color de las desconchadas paredes era el típico horroroso verde pastel que se utilizaba hace cuarenta años en las deprimentes aulas de muchos colegios religiosos. La iluminación era la de los pocos rayos de sol que entraba a través de los ventanucos de cristales mates proyectando la alargada sombra de los barrotes en un suelo de terrazo también antiquísimo y extremadamente feo.

Dio comienzo la función en la que fueron actuando solas o en grupo hasta un total de diez coreografías a cada cual más animada.

Al comienzo de la actuación yo tenía la incertidumbre de qué estarían pensando, si les estaría gustando, qué impresión tendrían… Me imaginaba que estaban viendo aquello porque no tenían otra cosa que poder hacer allí encerrados, que iban por distraerse un rato y que no pondrían el más mínimo interés, incluso pensaba que teniendo la angustia de su falta de libertad no prestarían atención, se aburrirían y se irían. También se me llegó a pasar por la cabeza que nos pudieran echar en cara el que fuéramos allí alegremente y les recordáramos lo bien que vivimos nosotros fuera. Me los llegué a imaginar abucheándonos e insultándonos.

Todo lo contrario, pronto empezaron a dar palmas al son de la música árabe, tribal y bollywood, unas palmas firmes y contundentes (ahora sí como en las películas), todos a la vez como si lo hubieran practicado antes, eran unas palmas que sonaban a respeto, a unidad, a agradecimiento… de las palmas con más expresividad y sentimiento que he oído nunca.

En medio de la actuación ocurrió un accidente en la puerta de entrada a la prisión. Uno de los trabajadores de mantenimiento recibió una gran descarga eléctrica intentando arreglar una puerta. Tuvieron que llevarle en ambulancia a un hospital y en el revuelo un Policía Militar entró en nuestra sala y se llevó a los dos celadores que estaban con nosotros. Creo que nadie se percató, pero yo sí me di cuenta de que por unos momentos estábamos 9 jovencitas y nosotros solos con todos los presos. Por un momento me dio qué pensar pero me tranquilicé cuando vi que ellos no le dieron importancia y lo único que querían era que siguieran bailando y seguir disfrutando de la actuación.

Mâred actuó sin ánimo de lucro pero ellos sin avisar nos quisieron pagar con su arte. Fue mayor recompensa que cualquier dinero que hubiera podido haber. Uno de los presos (algunas dicen que era el más guapo), cantó dos canciones que nos pusieron a todos los pelos de punta. La guitarra acompañaba a una voz flamenca preciosa que nos hablaba de su madre, la pedía perdón por las cosas malas que hubiera podido hacer en su vida y exaltaba su sabiduría por haberle avisado, lamentando no haberla hecho caso. De lo profundo de él mismo salían palabras desbordantes de sentimiento y que a más de uno nos hicieron brotar la lagrimilla.

Continuó tras él la actuación. Un público tan agradecido como el que tuvimos provoca un efecto sobre cualquier artista que le hace crecer en el escenario y así fue. El grupo se fue creciendo y fue disfrutando cada vez más con cada coreo, lo que provocaba que el público se animara cada vez más y a su vez las chicas se encontraban más en su salsa hasta el punto de realizar una de las mejores funciones que han hecho nunca y con la que más han disfrutado. Lo hicieron todas fantástico, fue impecable y divertidísimo.

Cada pase y cada solo iba siendo cada vez más apoteósico, los finales de las canciones apenas se oían por la explosión de aplausos y vítores. Algunos bailaban simpáticamente en las filas traseras y ¡oye, no lo hacían nada mal!

No se escuchó en ningún momento ni una sola grosería. Lo que si se oyó fue varias veces la palabra ¡Guapa! Y alguno que otro pidió en tono de humor a los trabajadores sociales el teléfono de alguna chica para intentar quedar cuando terminaran su condena. Al terminar la función todos los presos colaboraron para recoger las sillas y la sala. Brilló completamente la educación y el respeto que nos demostraron.

Estamos todos de acuerdo en que hemos disfrutado del mejor público que cualquier artista puede desear.

Me siento orgullosísimo de Marian y de todas las chicas por su trabajo, del maravilloso público que tuvimos y estoy contentísimo de haber estado allí y de haber podido compartir con todos esta experiencia. También recomiendo a todo aquel que tenga la oportunidad de vivirlo que lo haga sin miedo. Estas son las cosas que dan alegría, sentimiento, emoción y bienestar a nuestras vidas. Saber que puedes ayudar a alguien que lo pasa mal a que lo lleve un poquito mejor, verle emocionado y escucharle cómo te lo agradece no tiene precio.

Las rejas te aíslan, te separan del mundo, te ahogan en silencio y te intentan anular, pero no pueden callar la voz, ni el arte, ni el sentimiento.

Mik Vargas.




Espero que os haya gustado mi charla. El tema queda abierto a experiencias, opiniones y comentarios.


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